martes, 13 de octubre de 2009

México: hambre e incertidumbre

Recibimos hace unos días una alarmante noticia que pronto se perdió en la bruma de las estridencias a que nos tiene acostumbrados el gobierno en todos sus ámbitos. El reconocimiento oficial de que México llegó a los 20 millones de personas en estado de pobreza alimentaria no es un asunto menor, porque todos sabemos que el hambre es peligrosa y que nos ofusca, cuando no tenemos algo que la mitigue a tiempo.

Esta realidad de pobreza y desnutrición se agrava ante lo que parece ser una impune indolencia del Gobierno, que sigue sin dar ninguna señal de conformar una iniciativa que vaya más allá de esa adicción tan recurrente de subir los impuestos o de inventar nuevos, de convocarnos a apoyar acciones de mera filantropía, y de administrar la rutina de una sociedad sumida en la desesperanza para plantearse una eficiente reestructuración del robusto, costoso y muy corrupto aparato gubernamental.

Desde luego, cuando digo aparato gubernamental, me refiero a todas las estructuras y a todos los funcionarios de la Federación, los Estados y a los Municipios; sin excluir a los legisladores y a muchos sindicatos que comparten, junto con sus partidos, la gran culpa del aberrante atraso nacional.

Irresponsabilidad e incompetencia se conjugan y se manifiestan en la burda e infaltable estrategia de alcanzar o conservar el poder para los partidos y sus dirigentes, en lugar de unirse mediante los pactos necesarios para salvar al País, al menos, de la más grave de sus desgracias: el Hambre que padecen más de 20 millones de mexicanos.

Nuestros dirigentes políticos, no necesitan ser sabios para entender que, en una emergencia marcada por la miseria no se vale perder el tiempo en chantajes y revanchas y menos, acariciando el único y obsesivo sueño de ganar las próximas elecciones.

Bien dice el dicho: “Los políticos nunca disfrutan lo que tienen, porque siempre están pensando en lo que quieren”.

Esta actitud de incongruencia y ambición que raya en el cinismo, ha impedido las reformas que urgen, ya no para ubicar a nuestro país entre las grandes potencias del mundo, sino para empezar desde los cimientos a crecer con firmeza y con orden, con visión de largo plazo y con rumbo a un progreso compartido; esto es, avanzar en la idea de una nación donde la riqueza se distribuye con justicia.

Por eso, mientras los papeles sigan invertidos, a los mexicanos, que dependemos de los partidos políticos, no nos queda más que esperar cruzando los dedos, para que no se extienda más el mapa del hambre.

Por ahora, solo les recomiendo paciencia, porque sus dirigentes, están sólo enfocados en ganar las próximas elecciones.

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