jueves, 15 de octubre de 2009

LXVII Aniversario de la Universidad de Sonora, ocasión para celebrar y reflexionar.

Sesenta y siete años cumple nuestra Universidad de Sonora y hay razones para estar orgullosos, sin que esto quiera decir que estemos del todo satisfechos. Pero, si hemos de ser honestos, hay que encausar nuestra opinión, expresando con todas sus letras, que su lema fundamental “El saber de mis hijos hará mi grandeza” es una realidad que nos enaltece, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Gracias a varias generaciones no solo de rectores, de maestros, estudiantes y empleados, sino de sonorenses que, desde la generosa y visionaria idea de su fundación, han contribuido para que nuestra alma mater experimente un desarrollo racional, equilibrado y suficiente para atender las diversas vocaciones de la juventud. Ese esfuerzo conjunto, a pesar de los claudicantes, que han hecho acto de presencia en todos los tiempos y atmosferas del campus, ha colocado a la Universidad de Sonora entre las mejores del país. Enhorabuena.

Pero a este fundado optimismo, debemos acompañarlo con una actitud de prevención; ya que, no son pocos los enemigos del germen de cambio que se incuba en las buenas universidades, que son aquellas que además de enseñar con rigor científico, forman ciudadanos sensibles y eficientes para involucrarse en el proceso de transformación a fondo, que les demanda la misma comunidad que hace posible mediante sus contribuciones, el titulo que les honra durante toda su vida.

Los graves testimonios de mala educación e incultura en el ámbito oficial, ya no nos sorprenden por su recurrencia, pero no dejan de avergonzarnos y preocuparnos, ya que reflejan una de las razones por las que se carece de esa visión de estadista, tan fundamental para actuar hacia la dirección correcta, bajo la convicción de que, ninguna transformación social ha de ser positiva y duradera, si no se funda en una educación apuntalada en los principios de la universalidad, de laicitud, de democracia y libertad.

La poca formación y el desgano mismo de la gran mayoría de los mexicanos por tenerla, es consecuencia de la inveterada y cavernícola actitud de muchos “ilustrados” miembros de nuestra clase gobernante que consideran a los recursos destinados a la educación y la cultura, como un pesado gasto y no, como la más necesaria y productiva de las inversiones.

Por eso, este ambiente de celebración, es también un espacio para la reflexión en torno a lo que debe preservar la Universidad de Sonora, y lo mucho que le queda por alcanzar; para que deje de ser una de las mejores de México; porque estoy seguro, todos queremos que sea la mejor. Y no podía ser de otra manera, ya que la UNISON es la casa de nuestro futuro. Todos estamos dentro de ella, y a todos, de una manera u otra; nos impacta el destino que ahí se forja.

Por cierto, el lema “El saber de mis hijos hará mi grandeza” es de José Vasconcelos gran mexicano que se gano el titulo de El Maestro de América, y promotor de aquella gran revolución educativa y cultural de principios del siglo XX cuyos instrumentos básicos fueron: alfabeto, pan y jabón. Tres necesidades, tan urgentes, antes como ahora.

Ni duda cabe.

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